Publicado en El Excélsior el 14/30/2014
El miércoles recién pasado se presentó, en Santiago de
Chile, la novela apocalíptica de Andrés Pascoe bajo este título: Todo es rojo.
Digo “apocalíptica” pues, a pesar de lo dicho por la casa editorial, en el
sentido de que era una novela sobre zombis, una lectura cuidadosa del texto
revela que versa más sobre etapas de crisis de la vida de la humanidad, más que
estrictamente sobre la existencia y actuación de zombis en nuestro medio.
¿Zombis en nuestro medio? ¿Es creíble una novela sobre
zombis? Me hice la misma pregunta. Me contestaron que hay una cierta moda
literaria que tiene que ver con zombis o, si me apuran, los “muertos
vivientes”. Puede ser cierto,
obviamente, pero ¿qué significado puede tener para la sociedad actual la
aparición de un género literario que habla de seres que viven en una suerte de
limbo entre la vida “en definitiva” y la muerte “en definitiva”? ¿Qué nos dice
ese género de la sociedad actual?
Los presentadores abordaron los temas del libro con gran
fuerza y direccionalidad. Siendo chilenos todos ellos, me resultó interesante
ver el texto a través de esa mirada: la del chileno/a después de los avatares
de una sociedad que vivió la descomposición de su vida, economía y política en
sus múltiples etapas y fases con el golpe de Estado de Pinochet en aquel
aparentemente remoto y casi olvidado 1973. Descubrí, escuchando a los
comentaristas, que la experiencia subjetiva del golpe no solamente no es
remota, sino que incluso se encuentra extraordinariamente presente. Ni siquiera
me refiero a la experiencia misma del golpe, de su violencia, destrucción e
imposición, sino a la experiencia más profunda de encontrarse, como individuos
y como sociedad, ante el espectro de la destrucción del orden establecido y de
trasladarse, repentinamente, al territorio de lo desconocido, de lo fracturado,
de lo irracional, donde el orden y los símbolos perdieron su sentido. Es más,
nada tenía sentido excepto la existencia misma, propia, privada,
individualizada. Sobrevivientes es la palabra que se me quedó grabada en la
cabeza: sobrevivieron al apocalipsis. Y vivieron (o sobrevivieron) en un mundo
sin lógica, sin orden, sin explicación aparente.
Así que no pudo sorprender a nadie de que, al calor del
análisis de una novela anunciada como un texto zombi, terminara en una
conversación acerca de la destrucción del Estado y el vivir dentro del espectro
de la fatalidad. Y ese vivir en el cuerpo del abismo es lo que determina que la
existencia misma adquiera un carácter inquietante, fugaz e incierto. En
términos subjetivos, el golpe de Estado chileno dejó su huella en la conciencia
de la sociedad: vivir en el abismo se convirtió en un hábito y, en particular,
en una forma de vida.
El mundo zombi es uno en el cual se vive una suerte de
“muerte en vida”. Es un mundo intermedio entre la vida y la muerte, cuando todo
ha perdido su sentido, y ese sinsentido no se transforma en un nuevo sentido.
Es un mundo en el que la violencia, destrucción, sexo y depravación son,
simplemente, lógicas en sí mismas, sin referentes éticos reconocibles y
sancionados por la sociedad. Todo es catástrofe y como seres humanos vivimos al
borde de él permanentemente. La desaparición del Estado genera las condiciones
que avalan la aparición de zombis, que son, finalmente, una respuesta al
fracaso de la humanidad en su búsqueda por un orden continuado que puede
permitir el alcance de los propósitos individuales o de grupo.
Cada uno de los personajes del libro tiene una explicación y
razón de ser en ese entramado. La sobrevivencia es, por supuesto, un objetivo
inmediato. Pero otro objetivo refiere a la lucha por entender si el simple
hecho de existir tiene algún significado en sí mismo, o si las razones de la
existencia no tienen explicación o justificación alguna, más allá de un biologismo
funcional, y la futilidad de su búsqueda refuerza la zozobra de la existencia.
Zombis que habitan un “alter-mundo”, que se debate entre el
orden y el caos, entre la vida y la muerte. En ese sentido, son expresión cabal
de la lucha de la humanidad por encontrar su lugar en el universo. Un lugar
que, por cierto, aún no ha encontrado y, si seguimos los dictados de John
Milton en su Paraíso perdido, probablemente nunca encontrará.
El autor de la novela remató su presentación con una frase
que es, simbólicamente, un grito de esperanza ante el desasosiego: “Pocas cosas
son más revolucionarias que ser generosos…”
ricardopascoe@hotmail.com
@rpascoep
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