jueves, 13 de marzo de 2014

Mensaje del autor




Muy buenas noches a todos.  Quiero empezar agradeciendo: mil gracias a Paula, Cristian y Mauricio por sus excesivamente amables palabras sobre la novela.  Gracias por leerla y tomarse el tiempo de venir hoy a estar aquí con nosotros.  Gracias a Imbunche ediciones por jugársela con esta novela: es un privilegio para mí ser su primer autor de ficción.  Gracias a todos ustedes por venir y por estar hoy conmigo.
Hay tres temas fundamentales que quiero abordar:
Durante todo este proceso ha sido muy divertido decir “estoy escribiendo o por publicar una novela” y la gente te mira feliz y dice “¡Qué bien!  ¿De qué se trata?” y esperan que digas “Sobre un chico que conoce a una chica, o el conflicto existencial de un torturador, o algo así, y nada es más divertido que decir ‘de zombies’ y ver su expresión mientras piensan ‘no digas que es ridículo, no digas que es ridículo’”
¿Pero por qué los muertos vivientes? Primero que nada, deben saber que estoy metido en este tema desde mucho antes de que fuera una moda. Hoy todo el mundo sabe algo de zombies gracias a series de televisión y algunas películas, pero hasta hace unos años este tema era realmente muy oscuro. Quizá no lo saben, pero lo que ven hoy es un refrito de un refrito de un refrito.
Pero no por eso está mal: son historias que siguen funcionando.
Pero lo más importante es que las historias de zombies, las mejores al menos, NO son de zombies. 
Son de las personas confrontando una situación extrema y hablan de cómo eso nos desnuda, nos obliga a enfrentar el miedo y saca nuestra verdadera naturaleza. 
No me cabe duda que hay algo muy especial este monstruo, y que se repite en toda la ficción, casi como un mantra: los humanos son peores. Por eso son una materia tan próspera para la metáfora.
Las amenazas existen, y la amenaza de ser arrollados por un río de seres que han dejado de pensar, que han abandonado su humanidad, tiene algo de tangible.
Creo que los muertos vivientes, sin que necesariamente en mi novela sean seres salidos de la tumba, que no lo son -son más bien turbas que han perdido la cabeza-, son una metáfora que sirve para hablar de muchas cosas, desde el consumismo al fascismo, desde las adicciones hasta las religiones. Hablan de un gran grupo que ha dejado de pensar.
Eso, sin duda, existe.
Entonces esta novela no es de muertos vivientes. Es de humanos, fallidos y de su voluntad por afrontar sus límites. Es sobre cómo, ante la adversidad y el miedo, se desnuda nuestra verdadera naturaleza y somos la peor o la mejor versión de nosotros mismos.

En segundo lugar, quiero hablar sobre cómo funciona la ficción.
La estructuración narrativa, contar una historia, demanda de un proceso técnico real. Uno se tiene qué preguntar si lo que está escribiendo hace algo por o contra la narrativa.
No es solo un proceso creativo.
En mi caso, dos elementos me parecen clave: primero, la heterodiscursividad. 
Una narrativa como esta exige la existencia articulada de varias voces disonantes en todos sentidos que deben funcionar de forma verosímil y fluida. 
Heterodiscursividad implica una interacción no precisa o solamente de personajes, sino de tonos conceptuales que, si no encuentran su dinámica común difícilmente funcionará.
El uso de tres acentos y vocabularios es una buena herramienta en ese sentido, porque acentúa la diferencia. Tener un mexicano, una argentina y un chileno es eficaz para dotar a la narrativa de una diversidad sonora que le da nota y fuerza a la historia misma.
Con todo lo que nos une, los latinoamericanos somos, antes que nada, de nuestro país; fuimos formados por una serie de conceptos histórico-patrióticos que nos dan identidades muy diferentes.
Así, la heterodiscursividad del texto es un esfuerzo por armonizar de forma efectiva estas voces distintas, desde muchos niveles, para que fluyan en una historia verosímil.
Lo segundo es lo que llamo la administración de los detalles. 
Nunca he sido particularmente fan de las novelas que detallan milimétricamente una escena; creo que es más efectivo en la operatividad de la ficción dar detalles que iluminen – por así decirlo – al lector, que activen imágenes en su cabeza, sin necesariamente darle un cuadro pintado.
Leer es activo y demanda ese trabajo del lector. 
Me gusta el ejemplo de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, en que el protagonista vaga por la playa buscando sobrevivientes y se encuentra dos zapatos que NO son un par. 
Es un detalle, pero nos dice que han muerto ambos portadores de los zapatos.
Es una imagen nítida para mí, aunque Dafoe no describe el color de cada uno de los zapatos ni nos dice qué es lo que los hace diferentes.
Cuando hablas de sangre y de violencia muy explícita, es muy truculento el uso de detalles. 
Cuando hablamos de cómo se devora una víctima viva, quiero que vean el ojo siendo arrancado, el corazón morir. 
Eso exige detalle, porque no quiero que lo censuren en su cabeza; pero quiero dejar espacio a que lo llenen con sus propios charcos de sangre porque eso es aún más siniestro. 
Con el sexo igual.  Es difícil escribir una escena sexual que no sea ridícula o torpe. Porque el sexo es algo ridículo y torpe.  Bueno, el suyo, conmigo siempre es espectacular.  Pero el punto es que cuando lees “su miembro palpitante” tienes que tirar el libro a la basura. Quiero que las escenas sean cachondas, pero para que lo sean el lector tiene que llenarlas.  Es darles una habitación medio iluminada, en la que ustedes deciden qué hay en la oscuridad.
Además, en la novela, la relación con el sexo de los personajes, las relaciones sexuales que tienen y el uso del sexo para manipular y dominar es clave. Por eso es importante.
Así, vuelvo a Conan Doyle y pienso: nada es “solo” un detalle: todo es un detalle, y un detalle es todo. 
Cada detalle es importante en este proceso narrativo porque nada está al azar. Es para algo. 

Por último, quiero hablar sobre cuál es la responsabilidad política de un autor.  Esto es para mí lo más importante. 
Toda literatura es política. 
Porque siempre que das un mensaje, así sea sin darte cuenta, estás asumiendo posiciones. Los autores tenemos que aceptar esa responsabilidad. 
Los libros románticos asumen posiciones políticas sobre el rol del hombre y la mujer, sobre los papeles sexuales; los libros de detectives tienen posiciones políticas sobre el delito y el papel de la autoridad, y por tanto los libros del apocalipsis, de turbas furiosas, definitivamente las tienen también. 
Porque una guerra cataclísmica no es imposible, miremos solamente lo que pasa en Ucrania y su potencial para que, por un pequeño error de cálculo, se convierta en una guerra mundial.
Veamos lo que pasa en Siria, lo que pasó en Kosovo, lo que pasa en la Franja de Gaza.
El apocalipsis existe en todas las culturas y es real en algún sentido: de una u otra forma, el mundo se acabará, así sea cuando se extinga el sol en millones de años.
Y sabemos que existe una fragilidad en la sociedad. 
Quienes vivimos el terremoto del 85 en México y luego el de 2010 en Chile, conocemos esa desazón tras la catástrofe. 
Por unas horas o por varios días, realmente sientes que el mundo como lo conoces ha terminado.  Sin agua, sin luz y sin internet.
Conocemos lo saqueos y la vulnerabilidad, la fragilidad de nuestra sociedad. Y crea un debate real: ¿sacas a los milicos a la calle? ¿Qué implica eso?¿Para defender a quién: a la gente o a las grandes tiendas?
Que no nos esté pasando, no significa que no nos pueda pasar.
Por eso hay un compromiso político en esta novela: uno con la derrota de la violencia.  Porque aunque este es un libro que se revuelca en sangre, es también un llamado a que tenemos la responsabilidad de cuidarnos unos a otros. Podemos pensar lo que queramos, pero al final o nos ponemos de acuerdo o nos morimos todos. O nos cuidamos, o nos destruimos.
Porque en este mundo de capitalismo rapaz que hemos creado, nada es más revolucionario que la generosidad.


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