lunes, 24 de marzo de 2014

“Todo es rojo”, metáfora zombie para diseccionar sociedad chilena

Pascoe, que está radicado en Santiago desde hace varios años, señaló en entrevista con Notimex que en su libro queda de manifiesto “el apocalipsis en una sociedad cerrada, pequeña, muy segmentada, muy marcada por la propia destrucción del Estado”.

SANTIAGO (Notimex).- El escritor y periodista mexicano Andrés Pascoe presentó en Chile su primera novela ‘psicotrónica’, titulada ‘Todo es rojo’, donde da cuenta de las divisiones que persisten en la sociedad chilena.
Pascoe, que está radicado en Santiago desde hace varios años, señaló en entrevista con Notimex que en su libro queda de manifiesto ‘el apocalipsis en una sociedad cerrada, pequeña, muy segmentada, muy marcada por la propia destrucción del Estado’.
‘Esta es una sociedad que de alguna forma vivió su propio apocalipsis con el golpe de Estado de 1973, con el desmantelamiento de lo que existía y la reconstrucción a partir de un nuevo concepto social basado en la marginación y la segregación’, indicó.
Estos elementos se encuentran presentes en ‘Todo es rojo’, novela que tiene como personajes centrales a un mexicano, un chileno y una argentina que escapan de la violencia apocalíptica que se vive en Santiago hacia la sureña isla de Chiloé.
‘Yo quería explorar qué sucede si tres personas de distintas nacionalidades, y de visiones políticamente distintas, se ven obligadas a ponerse de acuerdo, bajo cualquier circunstancia, para sobrevivir a una amenaza inminente y absoluta sobre ellos’, dijo.
Pascoe añadió que ‘la metáfora zombi te permite hacer una serie de reflexiones interesantes respecto de la forma en que reaccionan los sectores sociales ante el desorden, como las heridas que parecen relativamente saldadas en realidad siguen ahí’.
‘He descubierto en mi experiencia chilena, y viviendo en un contexto de muchos extranjeros y latinoamericanos, que somos mucho más diferentes de lo que solemos pensar que somos. Las cosas que nos separan son muy profundas’, aseguró.
Estas diferencias, explicó, ‘tienen mucho que ver con los patrioterismos nacionales, con los resentimientos históricos y también porque las historias que nos han contado sobre los demás son profundamente diferentes. Somos países muy xenófobos’.
Detalló que la novela, que será editada a mediados de este año en México, tiene como personajes centrales a ‘una argentina, que es apolítica, anarquista incluso; un mexicano, que es de izquierda trotskista, y un chileno que es pinochetista’.
‘Por azares del destino, ellos acaban juntos y se construyen lealtades alternativas, al tiempo que se mantienen vivas estas tensiones políticas ideológicas entre ellos’, precisó el escritor y periodista.
Agregó que, ‘al mismo tiempo, conforme la sociedad se va desarmando, resurgen esos odios sociales porque los sobrevivientes de clase alta conciben que está viniendo el lumpen proletario por ellos’.
Enfatizó que ‘ésta no es una novela pretenciosa, es un cuento de sexo, violencia y destrucción y tiene muchos subtextos. Lo que intenté lograr era algo que fuera divertido e interesante para todo el mundo’, dijo.
‘La idea es que la pueda leer un adolescente, porque es una historia rápida y ágil, con mucha tensión y energía contenida, y también un lector más complejo, porque puede encontrar elementos que espero le resulten una lectura interesante, sobre lo que es la sociedad’, añadió.
Pascoe, que se desempeña en Chile como corresponsal, apuntó que ‘‘Todo es rojo’ nace porque a los ocho años vi una película de zombis, ‘El regreso de los muertos vivientes’, y me dejó completamente marcado, me pareció una fantasía aterradora y genial’.
‘Me pareció que esta fantasía de estar rodeado por esta amenaza absoluta y no pensante era sumamente atractiva y con los años me convertí en experto en cine zombi, en cine psicotrónico (que aborda la psicotrónica o conjunto de técnicas utilizadas en la parapsicología para interpretar algunos fenómenos paranormales), viendo todas las películas que podía’, comentó.
El ex columnista del diario mexicano ‘La Crónica de Hoy’ agregó que ‘Chile es un país excepcionalmente bueno para una crónica apocalíptica, por su carácter isleño, insular, con fronteras naturales casi infranqueables, por el temperamento chileno’.

viernes, 21 de marzo de 2014

Todo entre zombis y humanos

Ricardo Pascoe Pierce
Publicado en El Excélsior el 14/30/2014

El miércoles recién pasado se presentó, en Santiago de Chile, la novela apocalíptica de Andrés Pascoe bajo este título: Todo es rojo. Digo “apocalíptica” pues, a pesar de lo dicho por la casa editorial, en el sentido de que era una novela sobre zombis, una lectura cuidadosa del texto revela que versa más sobre etapas de crisis de la vida de la humanidad, más que estrictamente sobre la existencia y actuación de zombis en nuestro medio.

¿Zombis en nuestro medio? ¿Es creíble una novela sobre zombis? Me hice la misma pregunta. Me contestaron que hay una cierta moda literaria que tiene que ver con zombis o, si me apuran, los “muertos vivientes”.  Puede ser cierto, obviamente, pero ¿qué significado puede tener para la sociedad actual la aparición de un género literario que habla de seres que viven en una suerte de limbo entre la vida “en definitiva” y la muerte “en definitiva”? ¿Qué nos dice ese género de la sociedad actual?

Los presentadores abordaron los temas del libro con gran fuerza y direccionalidad. Siendo chilenos todos ellos, me resultó interesante ver el texto a través de esa mirada: la del chileno/a después de los avatares de una sociedad que vivió la descomposición de su vida, economía y política en sus múltiples etapas y fases con el golpe de Estado de Pinochet en aquel aparentemente remoto y casi olvidado 1973. Descubrí, escuchando a los comentaristas, que la experiencia subjetiva del golpe no solamente no es remota, sino que incluso se encuentra extraordinariamente presente. Ni siquiera me refiero a la experiencia misma del golpe, de su violencia, destrucción e imposición, sino a la experiencia más profunda de encontrarse, como individuos y como sociedad, ante el espectro de la destrucción del orden establecido y de trasladarse, repentinamente, al territorio de lo desconocido, de lo fracturado, de lo irracional, donde el orden y los símbolos perdieron su sentido. Es más, nada tenía sentido excepto la existencia misma, propia, privada, individualizada. Sobrevivientes es la palabra que se me quedó grabada en la cabeza: sobrevivieron al apocalipsis. Y vivieron (o sobrevivieron) en un mundo sin lógica, sin orden, sin explicación aparente.

Así que no pudo sorprender a nadie de que, al calor del análisis de una novela anunciada como un texto zombi, terminara en una conversación acerca de la destrucción del Estado y el vivir dentro del espectro de la fatalidad. Y ese vivir en el cuerpo del abismo es lo que determina que la existencia misma adquiera un carácter inquietante, fugaz e incierto. En términos subjetivos, el golpe de Estado chileno dejó su huella en la conciencia de la sociedad: vivir en el abismo se convirtió en un hábito y, en particular, en una forma de vida.

El mundo zombi es uno en el cual se vive una suerte de “muerte en vida”. Es un mundo intermedio entre la vida y la muerte, cuando todo ha perdido su sentido, y ese sinsentido no se transforma en un nuevo sentido. Es un mundo en el que la violencia, destrucción, sexo y depravación son, simplemente, lógicas en sí mismas, sin referentes éticos reconocibles y sancionados por la sociedad. Todo es catástrofe y como seres humanos vivimos al borde de él permanentemente. La desaparición del Estado genera las condiciones que avalan la aparición de zombis, que son, finalmente, una respuesta al fracaso de la humanidad en su búsqueda por un orden continuado que puede permitir el alcance de los propósitos individuales o de grupo.

Cada uno de los personajes del libro tiene una explicación y razón de ser en ese entramado. La sobrevivencia es, por supuesto, un objetivo inmediato. Pero otro objetivo refiere a la lucha por entender si el simple hecho de existir tiene algún significado en sí mismo, o si las razones de la existencia no tienen explicación o justificación alguna, más allá de un biologismo funcional, y la futilidad de su búsqueda refuerza la zozobra de la existencia.

Zombis que habitan un “alter-mundo”, que se debate entre el orden y el caos, entre la vida y la muerte. En ese sentido, son expresión cabal de la lucha de la humanidad por encontrar su lugar en el universo. Un lugar que, por cierto, aún no ha encontrado y, si seguimos los dictados de John Milton en su Paraíso perdido, probablemente nunca encontrará.

El autor de la novela remató su presentación con una frase que es, simbólicamente, un grito de esperanza ante el desasosiego: “Pocas cosas son más revolucionarias que ser generosos…”

                ricardopascoe@hotmail.com


                @rpascoep

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Reportaje de Proyecto 40

jueves, 13 de marzo de 2014

Comentario de Paula Carrasco, novelista, a la novela

TODO ES ROJO
“El final de la historia está inscrito en sus comienzos, pues la historia –el hombre sujeto al tiempo- lleva los estigmas que definen a la vez al tiempo y al hombre.”
Desequilibrio interrumpido, ser que no cesa de dislocarse, el tiempo es en sí mismo un drama del que la historia representa el episodio más destacado: ¿y qué es ésta sino también, en el fondo, un desequilibrio, una rápida, una intensa dislocación del propio tiempo, un apremio hacia un devenir donde ya nada deviene?
…El tiempo histórico es un tiempo tan tenso que cuesta imaginar que no estalle.  En cada uno de sus instantes da la impresión de que está a punto de quebrarse.  Puede que el accidente ocurra con más o menos rapidez de lo que esperamos.  Pero no cabe pensar que no ocurrirá.  Será sólo más tarde, después de que se haya producido, cuando los beneficiarios, los que disfruten de la post-historia, sepan de qué estaba hecha la historia.  “Ya no habrá acontecimientos!”, gritarán.  Así, un capítulo, el más curioso del desarrollo cósmico, se habrá cerrado.
Es evidente que tal grito sólo es concebible gracias a un desastre imperfecto.  Un éxito rotundo conllevaría una simplificación radical, conllevaría el hecho de la supresión del porvenir.  Raras son las catástrofes completas: eso debería tranquilizar a los impacientes, a los febriles, a los aficionados a las ocasiones excepcionales, pese a que en este caso la resignación sea obligada…” EM CIORAN- DESGARRADURA
En Todo es rojo, tenemos la oportunidad de asomarnos a ese desastre imperfecto, hasta donde se sabe.  Pues no se sabe si habrá o no posteridad.  Y es frente a esta situación límite que empiezan a caer una a una las preguntas. 
¿Qué ocurre con la naturaleza humana cuando sabe que ha llegado el final?  No sabemos si es el final de la vida, pero sí de la vida tal como la conocíamos.  ¿En qué podemos transformarnos si, por azar, sobrevivimos temporalmente a un desastre de esas dimensiones?  Y en esa transformación ¿qué queda de nuestra historia, de nuestra memoria, hasta dónde puede llegar la pulsión de vida, hasta dónde las transgresiones?
La obertura del relato está marcada en la voz de una mujer la que, desde muy lejos, da la noticia.  “Empezó, están soltando bombas nucleares”.  No es cualquier mujer la que lo anuncia desde Europa, es la mujer de Alberto, el protagonista de esta historia; luego se pierde la voz, todas las voces, y comienza el derrumbe.  Las comunicaciones se han cortado, ya no hay contacto, no hay electricidad, no hay manera de llegar a los otros por las vías seguras de la red o los celulares. 
Sólo un momento de desesperación, Alberto se ha quedado solo.  Está en Chile, como corresponsal de México, no tiene contactos y se prepara para la destrucción completa mirando con el interés de un taxidermista, como escindido de la propia realidad, desde su balcón en el piso 16 de un edificio en el barrio El Golf.
 Hace días que se esperaba lo anunciado, pero sabemos bien que, en la espera, es fácil negar lo que se aproxima.  El ser humano tiene la virtud de dilatar el tiempo, hacer como que nada pasa, soñar con permanecer en la espera.  Alberto ha pasado esos días anestesiando los pensamientos: trabajando menos, viendo porno en la red, mirando desde su propio refugio, como una gruta segura, cómo los demás han continuado con sus vidas: trabajan, salen a las calles a pasear, conversan.
Y él, desde el piso 16, espera la llegada del caos, con excitación y miedo, como si hubiera estado preparándose para este momento toda la vida.  Pero nada ocurre, y el primer temblor que lo acerca al abismo de la disolución es el silencio inesperado de las calles, de las voces y los ruidos que conoce.  No hay soledad más honda que la del silencio.  El silencio es el otro ruido, es el contacto con esa dimensión de la vida que late permanentemente junto a cada uno pero que nos entrenamos para no oír.  El silencio nos recuerda abiertamente a la muerte, a la que arrastramos junto a nosotros desde el primer momento.
Y en este otro silencio el rumor de la mente se hace más ostensible.  Alberto ha acumulado agua durante días, hace mucho frío en Santiago, pero se ha estado preparando.  No desea verse sobrepasado, sus pensamientos comienzan a agobiarlo, y los apaga leyendo.  Deshecha cualquier pensamiento que lo haga sentir vulnerable.  Deja los recuerdos a un lado, su infancia, la soledad, su mujer, la separación con todo aquello que ha amado.  Alberto es un gran solitario, está se-pa-ra-do.  Como quien orbita un núcleo sin jamás tener la posibilidad de tocarlo.
De pronto: el estallido.  Hay indigentes caminando por las calles de un barrio alto hasta entonces intocable.  Comienzan los saqueos de las tiendas, hay gentes entrando en las casas, atacando y robando, y se van borrando los límites.  Un último anuncio, “Chile está bien preparado, nos preocuparemos de cuidar los bienes de cada uno”.  Aparecen patrullas militares intentando restablecer el orden.  “Otra vez son ellos los que ocupan las calles de la ciudad”, piensa Alberto.  Se llevan a algunas personas a un lugar más seguro.  Eligen a quienes llevar, naturalmente ancianos y enfermos se quedan abajo, comienzan los forcejeos.  Muchos no quieren ir y se organizan para vigilar sus pertenencias.  Vigilantes y militares se enfrentan.  La gente común está armada.  El odio tan largamente guardado entre unos y otros va encontrando un cauce.  La calle se vuelve un campo de batalla, hay incendios que tiñen el cielo de humo y cambian su color, cambian el carácter de la realidad.   Y él, Alberto, como un ojo marcado en el cielo, ve todo con sumo interés.   Decide quedarse, no debe confiar en los militares.  Cuando pase un poco el caos buscará un lugar más seguro, pero no debe salir de su departamento.  Eso hasta que tocan su puerta.  Es Maximiliano Copper Larraín, un joven del mismo barrio que ha subido los 16 pisos para pedir ayuda.  Sólo en ese departamento había un poco de luz (A. había prendido una vela para poder leer).  Le pide auxilio, han invadido su casa, atacaron a sus padres, los mataron, se llevaron a su hermana.
Max está en estado de shock.  Alberto siente el malestar de tener que acogerlo, pero lo hace.  Max es todo lo que él siempre ha despreciado, un niño “bien”, de familia conservadora, que no ha tenido más que una vida fácil y llena de lujos. Un privilegiado, su antítesis.  Finalmente lo acompaña a su casa y ahí ve, de primera mano, la destrucción.  Por primera vez toca la crueldad que se ha desatado, el derrumbe moral casi inmediato después de las detonaciones, y está atrapado.  Aparece con claridad ese odio que ha estado recluido bajo el orden aparente del desarrollo social.  Aparece la ferocidad.   Aparecen las heridas abiertas de un Chile al que ya no le sirve mentirse: es el fin del mundo tal y como lo conocemos.  Alberto ya no es un observador (o un voyerista), ha pasado a ser parte del caos.  Recibe golpes, todos desconfían de él, es extranjero.  Ni siquiera parece mexicano; “mis padres son extranjeros”, explica, como si fuera un personaje que al no tener un origen claro fuera aún más sospechoso.  Max no puede defenderlo.  Y entonces se desata el vértigo, el ritmo trastornado al que se verá enfrentado para poder sobrevivir.  Comienzan a caer, como en una cascada interminable, los hitos que lo pondrán a él y a sus compañeros de ruta en situaciones que desafían la razón.
Huyen.  Así comienza un periplo desquiciado en que los dos hombres buscarán una manera de sobrevivir.  Deciden ir al sur a refugiarse y, en el camino, encuentran a Valentina.  Una mujer argentina, joven, que está siendo atacada por varios hombres y que se defiende con una fuerza inusitada; la rescatan y la suman a su viaje.  Los tres y Tsunami, un perro que también recogen en el camino, recorrerán el caos, encontrándose a su paso con situaciones imposibles y seres disociados.  Se enfrentarán a grupos humanos aunados por el miedo y dispuestos a lo que sea por sobrevivir.  Y ellos mismos entrarán en el ámbito del terror y de la fascinación de la supervivencia.  Moverán sus propios límites éticos en pro de vivir.  Cada vez que se ven acorralados ellos atacan.  Hay sangre, hay heridas abiertas, hay olor a carne que se descompone, y el cielo está cada vez más rojo.  Pierden el temor, el horror que provoca matar al otro.  No hay tiempo para culpas, están rodeados.  Hay seres que no se sabe si por contaminación o por trauma, se han convertido en verdaderos caníbales, están en todas partes, actúan en masa y como animales, con la mirada perdida.  Y otra vez, el otro ruido.  No hay nada más sensible en los seres humanos que el oído.  Y es sólo mediante ese rumor, ese arrastrarse sin voz, como un zumbido de sombras, que ellos logran saber que se acercan los “otros”.
Y, en el vértigo de la fuga, los tres van haciendo vínculo.  Hay una nueva lealtad que los une.  Se cuidan, se resguardan.  Cuando están cansados a veces bajan la guardia y dejan salir algo de sus propias heridas, van conociéndose.
Pero Alberto es un solitario.  Él mismo ha tomado el control del grupo, él los protege, él los guía y esto también lo aleja de algo que añora desde siempre: el verdadero encuentro en el otro.  Como si su propio cuerpo oscilara entre la creciente necesidad de vincularse afectiva y físicamente y la de preservarse a sí mismo.
Se abre una interesante dualidad en el relato.  Por un lado está el ritmo de la historia cada vez más voraz, que va envolviendo al lector hasta no soltarlo más.  Un recorrido por el país que tanto conocemos, en destrucción.  La ruta tantas veces trazadas, lo familiar y lo inesperado.  Por otro lado está el carácter sólido de Alberto, siempre alerta pero nunca fuera de sí.  Alberto posee una postura frente al mundo, es un guerrero, y tiene la capacidad de ampliar los límites de su propia ética para hacer que sus decisiones entren en su ley.  Siempre y cuando toda acción tenga para él un sentido mayor.  Se da cuenta de que es capaz de asesinar a “los otros”, pero siente que no hay alternativa, está en el acantilado de la supervivencia.  Y sus amigos dependen de él.  Es capaz hasta de arriesgar su propia vida por los que protege.  Y ahí está el sentido.  Siente culpa, pero la calla.  Siente, al mismo tiempo, una profunda compasión: esa es su propia herida.  Soledad y compasión.  Y el impulso feroz de ser parte del mundo.  Un mundo que lo ha exiliado desde pequeño, que no le ha dado un lugar al que volver, un origen.
Está en el borde de la vida.  Sus amigos también lo están y crece en él, en silencio y desenfrenada, una enorme pulsión sexual.  Cuando se está ante la muerte el instinto sexual ata a la vida.  Es el único espacio que conocemos en el que hay un instante, aunque sea muy breve y fugaz, en que se pierde el miedo, se pierde el control y nos es permitido olvidar, descansar.  Es el espacio en que la brutalidad, el extravío y la ternura pueden convivir: los extremos de la vida logran anudarse y tener un sentido que supera cualquier acto racional.
Valentina se transforma en el objeto de deseo.  Y, otra vez la dualidad, él debe protegerla.  Él es el centinela, por decisión propia, pero también por la mirada ajena, ése es su rol.  Y, si hay algo con lo que no transa, es con la traición. 
Y va creciendo la necesidad, el impulso, la mirada fugaz.  Y está Max, quien también busca aquel espacio en Valentina.  Se vuelven competidores silenciosos y, al mismo tiempo, leales. 
En un mundo en el que todo está derrumbándose los tres personajes se verán enfrentados no sólo al horror de encontrarse con lo inesperado, la perplejidad ante una repentina nueva realidad, sino también con la metamorfosis que se va operando en cada uno de ellos, las nuevas criaturas que emergen desde ellos mismos. Se enfrentan, al mismo tiempo, al resguardo de sus propias historias y de la lealtad que los va acercando y que les hará entrar profundo en la memoria, confrontándolos con sus propios parámetros éticos y buscando en esta nueva alianza, una nueva dimensión en la que creer.

Todo es rojo es una novela que nos sitúa en un estado límite.  Lo bello es que al leerla ese estado ya no parece tan lejano, ni tan irracional.  

Mensaje del autor




Muy buenas noches a todos.  Quiero empezar agradeciendo: mil gracias a Paula, Cristian y Mauricio por sus excesivamente amables palabras sobre la novela.  Gracias por leerla y tomarse el tiempo de venir hoy a estar aquí con nosotros.  Gracias a Imbunche ediciones por jugársela con esta novela: es un privilegio para mí ser su primer autor de ficción.  Gracias a todos ustedes por venir y por estar hoy conmigo.
Hay tres temas fundamentales que quiero abordar:
Durante todo este proceso ha sido muy divertido decir “estoy escribiendo o por publicar una novela” y la gente te mira feliz y dice “¡Qué bien!  ¿De qué se trata?” y esperan que digas “Sobre un chico que conoce a una chica, o el conflicto existencial de un torturador, o algo así, y nada es más divertido que decir ‘de zombies’ y ver su expresión mientras piensan ‘no digas que es ridículo, no digas que es ridículo’”
¿Pero por qué los muertos vivientes? Primero que nada, deben saber que estoy metido en este tema desde mucho antes de que fuera una moda. Hoy todo el mundo sabe algo de zombies gracias a series de televisión y algunas películas, pero hasta hace unos años este tema era realmente muy oscuro. Quizá no lo saben, pero lo que ven hoy es un refrito de un refrito de un refrito.
Pero no por eso está mal: son historias que siguen funcionando.
Pero lo más importante es que las historias de zombies, las mejores al menos, NO son de zombies. 
Son de las personas confrontando una situación extrema y hablan de cómo eso nos desnuda, nos obliga a enfrentar el miedo y saca nuestra verdadera naturaleza. 
No me cabe duda que hay algo muy especial este monstruo, y que se repite en toda la ficción, casi como un mantra: los humanos son peores. Por eso son una materia tan próspera para la metáfora.
Las amenazas existen, y la amenaza de ser arrollados por un río de seres que han dejado de pensar, que han abandonado su humanidad, tiene algo de tangible.
Creo que los muertos vivientes, sin que necesariamente en mi novela sean seres salidos de la tumba, que no lo son -son más bien turbas que han perdido la cabeza-, son una metáfora que sirve para hablar de muchas cosas, desde el consumismo al fascismo, desde las adicciones hasta las religiones. Hablan de un gran grupo que ha dejado de pensar.
Eso, sin duda, existe.
Entonces esta novela no es de muertos vivientes. Es de humanos, fallidos y de su voluntad por afrontar sus límites. Es sobre cómo, ante la adversidad y el miedo, se desnuda nuestra verdadera naturaleza y somos la peor o la mejor versión de nosotros mismos.

En segundo lugar, quiero hablar sobre cómo funciona la ficción.
La estructuración narrativa, contar una historia, demanda de un proceso técnico real. Uno se tiene qué preguntar si lo que está escribiendo hace algo por o contra la narrativa.
No es solo un proceso creativo.
En mi caso, dos elementos me parecen clave: primero, la heterodiscursividad. 
Una narrativa como esta exige la existencia articulada de varias voces disonantes en todos sentidos que deben funcionar de forma verosímil y fluida. 
Heterodiscursividad implica una interacción no precisa o solamente de personajes, sino de tonos conceptuales que, si no encuentran su dinámica común difícilmente funcionará.
El uso de tres acentos y vocabularios es una buena herramienta en ese sentido, porque acentúa la diferencia. Tener un mexicano, una argentina y un chileno es eficaz para dotar a la narrativa de una diversidad sonora que le da nota y fuerza a la historia misma.
Con todo lo que nos une, los latinoamericanos somos, antes que nada, de nuestro país; fuimos formados por una serie de conceptos histórico-patrióticos que nos dan identidades muy diferentes.
Así, la heterodiscursividad del texto es un esfuerzo por armonizar de forma efectiva estas voces distintas, desde muchos niveles, para que fluyan en una historia verosímil.
Lo segundo es lo que llamo la administración de los detalles. 
Nunca he sido particularmente fan de las novelas que detallan milimétricamente una escena; creo que es más efectivo en la operatividad de la ficción dar detalles que iluminen – por así decirlo – al lector, que activen imágenes en su cabeza, sin necesariamente darle un cuadro pintado.
Leer es activo y demanda ese trabajo del lector. 
Me gusta el ejemplo de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, en que el protagonista vaga por la playa buscando sobrevivientes y se encuentra dos zapatos que NO son un par. 
Es un detalle, pero nos dice que han muerto ambos portadores de los zapatos.
Es una imagen nítida para mí, aunque Dafoe no describe el color de cada uno de los zapatos ni nos dice qué es lo que los hace diferentes.
Cuando hablas de sangre y de violencia muy explícita, es muy truculento el uso de detalles. 
Cuando hablamos de cómo se devora una víctima viva, quiero que vean el ojo siendo arrancado, el corazón morir. 
Eso exige detalle, porque no quiero que lo censuren en su cabeza; pero quiero dejar espacio a que lo llenen con sus propios charcos de sangre porque eso es aún más siniestro. 
Con el sexo igual.  Es difícil escribir una escena sexual que no sea ridícula o torpe. Porque el sexo es algo ridículo y torpe.  Bueno, el suyo, conmigo siempre es espectacular.  Pero el punto es que cuando lees “su miembro palpitante” tienes que tirar el libro a la basura. Quiero que las escenas sean cachondas, pero para que lo sean el lector tiene que llenarlas.  Es darles una habitación medio iluminada, en la que ustedes deciden qué hay en la oscuridad.
Además, en la novela, la relación con el sexo de los personajes, las relaciones sexuales que tienen y el uso del sexo para manipular y dominar es clave. Por eso es importante.
Así, vuelvo a Conan Doyle y pienso: nada es “solo” un detalle: todo es un detalle, y un detalle es todo. 
Cada detalle es importante en este proceso narrativo porque nada está al azar. Es para algo. 

Por último, quiero hablar sobre cuál es la responsabilidad política de un autor.  Esto es para mí lo más importante. 
Toda literatura es política. 
Porque siempre que das un mensaje, así sea sin darte cuenta, estás asumiendo posiciones. Los autores tenemos que aceptar esa responsabilidad. 
Los libros románticos asumen posiciones políticas sobre el rol del hombre y la mujer, sobre los papeles sexuales; los libros de detectives tienen posiciones políticas sobre el delito y el papel de la autoridad, y por tanto los libros del apocalipsis, de turbas furiosas, definitivamente las tienen también. 
Porque una guerra cataclísmica no es imposible, miremos solamente lo que pasa en Ucrania y su potencial para que, por un pequeño error de cálculo, se convierta en una guerra mundial.
Veamos lo que pasa en Siria, lo que pasó en Kosovo, lo que pasa en la Franja de Gaza.
El apocalipsis existe en todas las culturas y es real en algún sentido: de una u otra forma, el mundo se acabará, así sea cuando se extinga el sol en millones de años.
Y sabemos que existe una fragilidad en la sociedad. 
Quienes vivimos el terremoto del 85 en México y luego el de 2010 en Chile, conocemos esa desazón tras la catástrofe. 
Por unas horas o por varios días, realmente sientes que el mundo como lo conoces ha terminado.  Sin agua, sin luz y sin internet.
Conocemos lo saqueos y la vulnerabilidad, la fragilidad de nuestra sociedad. Y crea un debate real: ¿sacas a los milicos a la calle? ¿Qué implica eso?¿Para defender a quién: a la gente o a las grandes tiendas?
Que no nos esté pasando, no significa que no nos pueda pasar.
Por eso hay un compromiso político en esta novela: uno con la derrota de la violencia.  Porque aunque este es un libro que se revuelca en sangre, es también un llamado a que tenemos la responsabilidad de cuidarnos unos a otros. Podemos pensar lo que queramos, pero al final o nos ponemos de acuerdo o nos morimos todos. O nos cuidamos, o nos destruimos.
Porque en este mundo de capitalismo rapaz que hemos creado, nada es más revolucionario que la generosidad.


martes, 11 de marzo de 2014

Entrevista en Chile Ajeno

EL MEXICANO ANDRÉS PASCOE Y EL FIN DE CHILE

Este es el país para una historia apocalíptica.Quizás a muchos de los que hemos emigrado a Chile, alguna vez, nos haya pasado tal idea por la cabeza. Estoy seguro que a más de alguno; sin embargo, nadie la hubiera podido explicar mejor que Andrés Pascoe Rippey.

Entrevista en La Crónica de Hoy

Todo es rojo, la reciente novela de Andrés Pascoe

Al hablar de muertos vivientes, se trata menos el tema de los monstruos, pues quienes resaltan son las personas. En las buenas películas de zombis, estos seres son tan solo el escenario para que los seres humanos se pongan de acuerdo en la supervivencia de su especie, aunque muchas veces se corrobora que los individuos son peores que los zombis, comenta Andrés Pascoe, a apropósito de su reciente novela psicotrónica Todo es rojo, que presenta mañana en Chile.