
Hay tres temas
fundamentales que quiero abordar:
Durante todo este
proceso ha sido muy divertido decir “estoy escribiendo o por publicar una
novela” y la gente te mira feliz y dice “¡Qué bien! ¿De qué se trata?” y
esperan que digas “Sobre un chico que conoce a una chica, o el conflicto
existencial de un torturador, o algo así, y nada es más divertido que decir ‘de
zombies’ y ver su expresión mientras piensan ‘no digas que es ridículo, no
digas que es ridículo’”
¿Pero por qué los muertos
vivientes? Primero que nada, deben saber que estoy metido en este tema desde
mucho antes de que fuera una moda. Hoy todo el mundo sabe algo de zombies
gracias a series de televisión y algunas películas, pero hasta hace unos años
este tema era realmente muy oscuro. Quizá no lo saben, pero lo que ven hoy es
un refrito de un refrito de un refrito.
Pero no por eso
está mal: son historias que siguen funcionando.
Pero lo más
importante es que las historias de zombies, las mejores al menos, NO son de
zombies.
Son de las personas
confrontando una situación extrema y hablan de cómo eso nos desnuda, nos obliga
a enfrentar el miedo y saca nuestra verdadera naturaleza.
No me cabe duda que
hay algo muy especial este monstruo, y que se repite en toda la ficción, casi
como un mantra: los humanos son peores. Por eso son una materia tan próspera
para la metáfora.
Las amenazas
existen, y la amenaza de ser arrollados por un río de seres que han dejado de
pensar, que han abandonado su humanidad, tiene algo de tangible.
Creo que los
muertos vivientes, sin que necesariamente en mi novela sean seres salidos de la
tumba, que no lo son -son más bien turbas que han perdido la cabeza-, son una
metáfora que sirve para hablar de muchas cosas, desde el consumismo al fascismo,
desde las adicciones hasta las religiones. Hablan de un gran grupo que ha
dejado de pensar.
Eso, sin duda,
existe.

En segundo lugar,
quiero hablar sobre cómo funciona la ficción.
La estructuración
narrativa, contar una historia, demanda de un proceso técnico real. Uno se
tiene qué preguntar si lo que está escribiendo hace algo por o contra la narrativa.
En mi caso, dos
elementos me parecen clave: primero, la heterodiscursividad.
Una narrativa como
esta exige la existencia articulada de varias voces disonantes en todos
sentidos que deben funcionar de forma verosímil y fluida.
Heterodiscursividad
implica una interacción no precisa o solamente de personajes, sino de tonos
conceptuales que, si no encuentran su dinámica común difícilmente funcionará.
El uso de tres
acentos y vocabularios es una buena herramienta en ese sentido, porque acentúa
la diferencia. Tener un mexicano, una argentina y un chileno es eficaz
para dotar a la narrativa de una diversidad sonora que le da nota y fuerza a la
historia misma.
Con todo lo que nos
une, los latinoamericanos somos, antes que nada, de nuestro país; fuimos
formados por una serie de conceptos histórico-patrióticos que nos dan
identidades muy diferentes.
Así, la heterodiscursividad
del texto es un esfuerzo por armonizar de forma efectiva estas voces distintas,
desde muchos niveles, para que fluyan en una historia verosímil.
Lo segundo es lo
que llamo la administración de los detalles.
Nunca he sido
particularmente fan de las novelas que detallan milimétricamente una escena;
creo que es más efectivo en la operatividad de la ficción dar detalles que
iluminen – por así decirlo – al lector, que activen imágenes en su cabeza, sin
necesariamente darle un cuadro pintado.
Leer es activo y
demanda ese trabajo del lector.
Me gusta el ejemplo
de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, en que el protagonista vaga por la playa
buscando sobrevivientes y se encuentra dos zapatos que NO son un par.
Es un detalle, pero
nos dice que han muerto ambos portadores de los zapatos.
Es una imagen
nítida para mí, aunque Dafoe no describe el color de cada uno de los zapatos ni
nos dice qué es lo que los hace diferentes.
Cuando hablas de
sangre y de violencia muy explícita, es muy truculento el uso de
detalles.
Cuando hablamos de
cómo se devora una víctima viva, quiero que vean el ojo siendo arrancado, el
corazón morir.
Eso exige detalle,
porque no quiero que lo censuren en su cabeza; pero quiero dejar espacio a que
lo llenen con sus propios charcos de sangre porque eso es aún más
siniestro.
Con el sexo
igual. Es difícil escribir una escena sexual que no sea ridícula o torpe.
Porque el sexo es algo ridículo y torpe.
Bueno, el suyo, conmigo siempre es espectacular. Pero el punto es que cuando lees “su miembro
palpitante” tienes que tirar el libro a la basura. Quiero que las escenas sean
cachondas, pero para que lo sean el lector tiene que llenarlas. Es darles una habitación medio iluminada, en
la que ustedes deciden qué hay en la oscuridad.
Además, en la
novela, la relación con el sexo de los personajes, las relaciones sexuales que
tienen y el uso del sexo para manipular y dominar es clave. Por eso es
importante.
Así, vuelvo a Conan
Doyle y pienso: nada es “solo” un detalle: todo es un detalle, y un detalle es
todo.
Cada detalle es
importante en este proceso narrativo porque nada está al azar. Es para
algo.
Por último, quiero
hablar sobre cuál es la responsabilidad política de un autor. Esto es para mí lo más importante.
Toda literatura es
política.
Porque siempre que
das un mensaje, así sea sin darte cuenta, estás asumiendo posiciones. Los
autores tenemos que aceptar esa responsabilidad.
Los libros
románticos asumen posiciones políticas sobre el rol del hombre y la mujer,
sobre los papeles sexuales; los libros de detectives tienen posiciones
políticas sobre el delito y el papel de la autoridad, y por tanto los libros
del apocalipsis, de turbas furiosas, definitivamente las tienen también.
Porque una guerra
cataclísmica no es imposible, miremos solamente lo que pasa en Ucrania y su
potencial para que, por un pequeño error de cálculo, se convierta en una guerra
mundial.
Veamos lo que pasa
en Siria, lo que pasó en Kosovo, lo que pasa en la Franja de Gaza.
El apocalipsis
existe en todas las culturas y es real en algún sentido: de una u otra forma,
el mundo se acabará, así sea cuando se extinga el sol en millones de años.
Y sabemos que
existe una fragilidad en la sociedad.
Quienes vivimos el
terremoto del 85 en México y luego el de 2010 en Chile, conocemos esa desazón
tras la catástrofe.
Por unas horas o
por varios días, realmente sientes que el mundo como lo conoces ha
terminado. Sin agua, sin luz y sin internet.
Conocemos lo
saqueos y la vulnerabilidad, la fragilidad de nuestra sociedad. Y crea un
debate real: ¿sacas a los milicos a la calle? ¿Qué implica eso?¿Para defender a
quién: a la gente o a las grandes tiendas?
Que no nos esté
pasando, no significa que no nos pueda pasar.
Por eso hay un
compromiso político en esta novela: uno con la derrota de la violencia.
Porque aunque este es un libro que se revuelca en sangre, es también un llamado
a que tenemos la responsabilidad de cuidarnos unos a otros. Podemos pensar lo
que queramos, pero al final o nos ponemos de acuerdo o nos morimos todos. O nos
cuidamos, o nos destruimos.
Porque en este
mundo de capitalismo rapaz que hemos creado, nada es más revolucionario que la
generosidad.
Muy interesante. Felicidades por esa faceta.
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