Ha sucedido. El fin del mundo ha llegado y nos toca
observar, desde los ojos de tres jóvenes en Chile, cómo se desgrana la
sociedad. El Santiago apocalíptico se
ha convertido un lugar sitiado por vigilantes, paramilitares y merodeadores
canibalescos.
Echando mano a registros propios del cine
clase b o cinéma bis, las road movies
y el gore, con una narrativa eficaz y ágil, la novela construye la posibilidad
de un pensamiento y una posición política frente a la catástrofe sin dejar de
lado lo explícito de sus referentes.
La novela es también un relato épico, que
no es de conquista, sino más bien de anticonquista, pues se trata de huir del
desastre. En el relato, el "Sur" de Chile ocupa un lugar mítico y
Chiloé, dentro de él, es el lugar mítico por excelencia, representando el sueño
de salvar al mundo.
La novela explora las modalidades en que
puede gestionarse el deseo sexual, y como este puede ser un aparato de control
social en un mundo que se colapsa. Es a través de la sexualidad, férreamente
liberada, pero también conflictivamente relacionada al amor y su cuota de
egoísmo, que los sobrevivientes vuelven a pensar la convivencia social y
política en el nivel primordial de los impulsos.
Situada en una realidad políticamente
dividida –aún tocada por los horrores de la dictadura–, la novela hurguetea en
el sentido del ser de izquierda en
una sociedad latinoamericana globalizada y neoliberal, donde el caos, el horror
y los muertos vivientes son también metáforas de los abusos del poder.
De lectura veloz y lenta absorción, Todo es
rojo revitaliza un género y hace una osada metáfora de nuestra sociedad.
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